Participó de festivales o temporada, en más de 30 ciudades
de Argentina; y en el exterior en: La Habana, San Antonio de los Baños, Nueva
York, Lima y Bogotá.





PALABRAS PARA
HARINA...
Por JUAN CARLOS
CENA... musa para los luchadores y para Harina
Vino un viento desde afuera y ordenaron barrer todo. El
ferrocarril desapareció de la geografía en forma de polvo de harina. Se nubló,
el cielo se volvió blanco como la Harina, se oscureció el firmamento y la
mediocridad comenzó a ordenar, las ideologías se volvieron blancas de nulas…y
así. Para despejar la niebla blanca todos debemos generar nuevos vientos
partiendo desde los alientos de las esperanzas. Estas se construyen, como el
pan, se amasan, se leuda, le damos forma con las manos y el horno del pueblo y
solo él, procederá a una buena cocción y lo real maravilloso se hará presente
con la panadera del anden ofreciendo, en el regreso del tren, ese pan amasado
por todos…
MATIAS RODEIRO sus
palabras para Harina
Los argentinos aún intentamos comprender cómo es posible la
desaparición de personas –de una y de un montón. En ese arduo trabajo de cura,
además, deberíamos incorporar un fenómeno -¿derivado?, ¿parte del mismo?- al
que no le hemos prestado atención, la desaparición de pueblos.
¿Cómo re-presentar una tragedia semejante? Qué lenguaje puede dar cuenta de ese
fenómeno. ¿El de la ciencia?, ¿el de la historia?, ¿el de la memoria?, ¿el de
la justicia?
Quizás a través de la remota e inesperada filiación con la harina, el horror de
esa realidad se revele como un fogonazo. La harina, último (y primer) grado de
la materia del pan. Des-materialización de pueblos, territorios y
ferrocarriles. Fantasmas.
Quizás a través del “convivio” teatral podamos conmovernos al punto de una
“catarsis colectiva”. Una catarsis que junte y haga mover nuestros cuerpos y
nuestros pensamientos hacia un proyecto de nación (un “convivio” nacional) que
recupere al ferrocarril como artefacto generador de vínculos humanos.
Materialización.
Es menester volver a unir y amasar ese montón de puntos que se hicieron polvo
de harina y se esparcieron como fantasmas.
Por MARIA PIA LOPEZ La difícil tarea del olvido
El olvido no llega solo. Tampoco el silencio. Más bien se procuran, se buscan
intensamente. No siempre se logran. En Harina se dice: para dormir hay que
olvidar.Pero lo habitual es la memoria y no el olvido. Es la atención con la
cual enlazamos lo pasado y el presente, la facultad con la que se engarza lo
actual con lo pretérito que lo hace posible, incluso sobre lo cual resalta su
novedad.El pasado se presenta agujereado o volátil. La memoria es harina que se
dispersa por agujeros traviesos. Queda en el aire. O ensucia. Materia para el
pan pero no para amasar el olvido.Es interesante que la metáfora anide allí, en
esa sustancia que se vuela y se dispersa, antes que en la contundencia de los
rieles que no pueden ser olvidados.Las concesiones ferroviarias y el desguace
de la red, ocurridos en la década del 90, son el hecho más dramático de un
momento de devastación pública: allí no sólo fue apropiada la riqueza colectiva
–como ocurrió con otras privatizaciones-, sino que fue destruida su materia.Fue
destruida la riqueza de una red ferroviaria que, desde su nacionalización en
1948, cumplía diversas tareas sociales: enlazaba pueblos, llevaba agua,
transportaba gentes y mercancías, era una fuente laboral, formaba sus
trabajadores. Se lo destruyó con el argumento de que sus costos económicos eran
una demasía. Sin embargo, el escuálido ferrocarril resultante –con ochenta mil
trabajadores menos, con miles y miles de kilómetros de vías sustraídas, con
estaciones y talleres cerrados- recibió en subsidios estatales lo mismo que
costaba antes del desguace. Amargo pan de la destrucción. No es necesario
reclamar el recuerdo de eso que ocurrió. Sabemos que no hay olvido posible para
esos dramas de la vida colectiva. Sí es necesario apelar a todas las formas de
la inteligencia, de la creación y del compromiso, para volver a tratar
públicamente esos tesoros que fueron públicos.


